Se acerca el Viernes de Dolores, una fecha, que cuando niño, representaba el inicio de las vacaciones de Semana Santa y a la vez el inicio de mi Cuaresma. En mi casa, nunca se vivió un ambiente cofrade, y por tanto, eso de ir a ver altares de cultos o Besapiés no se estilaba demasiado.
Era en la tarde de ese Viernes de Dolores, empezando nuestra particular Cuaresma, que más que cuarenta días tenía cuarenta horas, cuando quedábamos los “capillitas” de la clase para montar nuestro paso. Una mesa de camilla rectangular, salida a buen seguro de la casa de alguna de nuestras abuelas, servía de parihuela. Un mantel viejo y con algunas quemaduras, hacia las veces de faldones. Sobre él, se disponían varios paños de croché, que Manolito había conseguido sacar a escondidas de su casa, y que con la destreza de Javi, nuestro “prioste”, se convertían en unos deslumbrantes respiraderos bordados. Juan avisó en el colegio de que él se encargaría del “Cristo”. Este año queríamos sacar un crucificado. La cruz la teníamos ya, dos maderas de un palé unidas toscamente con varias puntillas. Llegó hasta el manchón con un “Ken” algo desaliñado y, entre risas, nos confesó que se lo había quitado a su hermana Mari Carmen. Al igual que con Jesucristo, la sentencia de Ken fue la crucifixión. Y con cierta sonrisa de malicia por pensar en la cara de Mari Carmen al ver a su muñeco crucificado, clavamos entre todos a aquel Ken sonriente. Cuatro velas, de esas que se utilizaban cuando se iba la luz, custodiaban la imagen del “Santísimo Cristo”. Todo estaba preparado.
Era entonces cuando sorteábamos los papeles. Con un “hombre base” y un puñado de dedos sacados al azar, se elegía el primer capataz, los demás serían costaleros. Pedrín fue el primero en coger el martillo, que por cierto lo había traído de la caja de herramientas de su padre. Empezaron las dudas, ¿dos martillazos, uno sólo…? Pero pronto nos pusimos de acuerdo y trasladamos nuestro paso hasta el garaje de Migue. Allí se encendieron las velas y salimos a la calle acompañados de los sones de un radiocasete al que le fallaban las pilas cada dos por tres. Recorrimos toda la barriada y las vecinas al vernos nos jaleaban y vitoreaban. El itinerario se iba decidiendo sobre la marcha, pero se realizaba un saludo en la puerta de cada una de nuestras casas, ante los aplausos de nuestras familias y el enfado de alguna madre que reconocía como suyos algunos de nuestros enseres. Así pasábamos la tarde del Viernes de Dolores, jugando entre chicotás.
Al final, la mayoría de nosotros hemos sido cofrades o costaleros. Y, aunque aquellos fueron nuestros inicios, sólo pretendíamos emular a lo que íbamos a ver en Semana Santa, y fue por eso por lo que años después acabamos en Borriquita, Nazareno, Humildad…
En unos días, se verán en Chiclana varias de estas “procesiones”, unas con el encanto de antes, sin pretensiones, otras que incluso se autoproclaman grupos parroquiales o afirman salir en “salida profesional”, otras a los sones incluso de alguna banda. Pero tenemos que recordar que nuestras Hermandades, Cofradías y Agrupaciones Parroquiales se crean y se crían en el seno de la Iglesia y son las que representan los valores del mundo cofrade con exactitud. Es por eso que en estos días cuando salgan y vean alguna de estas “procesiones” no se lleven a engaño, sólo son un juego de niños.
Foto: Chiclana en Fotos
Nota: Los personajes de la historia son ficticios, no corresponden con los de la fotografía.
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